La biblioteca de Sindita y Salitou

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lunes, febrero 27, 2006

SEXUALIDAD - La atracción está en el cerebro

Texto de Pere Estupinyà, para revista Magazine
24/07/05

El planteamiento de Charles Darwin en su teoría de la evolución por selección natural fue sencillo: nacen muchos individuos, pero sólo los mejores adaptados al entorno sobreviven y consiguen transmitir sus características físicas a la siguiente generación. Las águilas con mejor visión cazan más ratones, las gacelas más rápidas son las que sobreviven a los ataques de los felinos y los peces planos nadan mejor en el fondo marino. Pero Darwin también observó rasgos cuya función para la supervivencia no era tan evidente. ¿Por qué los leones tenían cabellera? Si fuera tan necesaria también la tendrían las hembras. ¿o Cuál podía ser la función de los pesados e incordiosos cuernos del arce? O peor aún, al pavo real macho su frondosa y coloreada cola le hacía más visible y vulnerable a los ataques de sus depredadores. La respuesta estaba en la selección sexual.

La evolución también ha diseñado nuestros cuerpos para atraer al sexo contrario, ya que el principal objetivo de cualquier ser vivo no es sobrevivir, sino dejar descendencia y que su información genética perdure. La leona valora una densa melena porque indica buena salud gracias a haber cazado mucho. El alce que utilizando sus poderosos cuernos gane la pelea, será el elegido para reproducirse. Y el pavo real el riesgo le compensa porque las hembras prefieren las colas más largas. En cuando a los humanos, evidentemente no escapamos a las leyes de la selección natural. Caminamos erguidos desde que un cambio climático transformó la selva africana en sabana y a un antepasado nuestro ir de pie le supuso una ventaja. Y tenemos más inteligencia que el resto de los animales porque en algún momento de la evolución, el cerebro se convirtió en el órgano determinante para sobrevivir, mucho más que la fortaleza física.

Una mente para cortejar

Hay quien va más lejos y asegura que el órgano de nuestro cuerpo que más se ha adornado para resultar atractivo es el cerebro. El psicólogo Geoffrey Miller afirma en su libro "The mating mind" que la música, la poesía, el humor, el arte, inventar historias... son habilidades que no tienen demasiado sentido para sobrevivir. Su interpretación es que se han desarrollado para demostrar la virtud más valiosa de los seres humanos: la inteligencia.

Si tomamos el lenguaje, por ejemplo, vemos que para transmitir información no necesitamos ni mucho ni menos tantas palabras como hay en el diccionario. De hecho, en conversaciones ordinarias utilizamos sólo el 5% de las que existen. Según Miller, el 95% restante se trata de ornamentos para seducir a la pareja, ya que los buenos oradores anuncian conocimiento, buen juicio, experiencia y, generalmente ocupan un estatus social más elevado; valores que en un momento de la evolución humana llegaron a ser más importantes para sobrevivir que la fuerza física o la belleza.

También analiza ciertas actitudes peculiares respecto a la conversación. La imagen de varios hombres discutiendo entre ellos cuando hay mujeres delante, recuerda las competiciones de los machos para ver quién se queda con la hembra. Y no deja de ser curioso que, ya dentro del cortejo inicial de lapareja, los hombres hablen más mientras que las mujeres escuchen mejor. Recordemos que en la naturaleza quien se exhibe es el macho.

Algo parecido pasa con la música. Somos seres musicales. No ha existido ninguna cultura sin música. Nos cuesta aprender de memoria un texto, pero recordamos durante años las letras de las canciones. Según Miller, este instinto musical se ha desarrollado por el mismo motivo que el canto de los pájaros. Aquellos de nuestros ancestros que cantaban mejor resultaron más atractivos para sus parejas, dejaron más descendencia, y poco a poco esta habilidad, se fue inscribiendo en nuestros genes.

Pero yendo todavía más lejos, hay quien afirma que incluso ese irracional y obsesivo sentimiento que es el amor romántico también es una estrategia favorecida por la selección natural. Para la antropóloga Helen Fisher, autora del libro "Why we love: the nature and chemistry of romantic love" (Por qué amamos: la naturaleza y la química del amor romántico), el enamoramiento es una fuerza tan poderosa como el hambre, mucho más intensa que el impulso sexual, y que nos lleva a concentrar toda nuestra energía en una persona y a estar con ella el tiempo necesario para compartir el cuidado de los hijos. Helen Fisher incluso desteje los circuitos químicos que la evolución ha codificado en el rincón más emocional de nuestro cerebro.

Una historia de amor

Todo empezó hace 4 años. Cuando Víctor conoció a Laia, el área ventral tegmental de su cerebro empezó a segregar dopamina y norepinefrina en cantidades inusuales cuando estaba con ella. Estas hormonas estimulantes eran las responsables de una intensa sensación de bienestar, de que Víctor focalizara su atención en Laia, de que perdiera el apetito y de que le costara dormir. También condujeron a un descenso en los niveles de serotonina en el cerebro de Víctor, creando un estado obsesivo que no le permitía dejar de pensar en Laia. Se había enamorado.

Al poco de empezar a salir apareció un nuevo efecto de este cóctel químico: los altos niveles de dopamina estimulan la producción de testosterona, la hormona responsable del deseo sexual. Laia y Víctor pasaron una temporada intensa de pasión. Eso los unió todavía más, ya que después de cada orgasmo el cerebro segrega oxitocina, la hormona responsable de esa placentera sensación de bienestar y fusión con el otro que genera profundos lazos de cariños.

Progresivamente la locura del amor romántico se fue transformando en una relación de calma, seguridad, apego, y la química cerebral se volvió a estabilizar. Pero entonces desapareció aquella sensación de que sólo existía una persona en el mundo...